La sabiduría popular o el inconsciente colectivo sabe desde siempre que las pequeñas muertes cotidianas y quizás también los más tremendos episodios de muerte simbolizan internamente procesos de cambio.
Vivir esos cambios es animarnos a permitir que las cosas dejen de ser para que den lugar a otras Nuevas Cosas.
Elaborar un duelo, es aprender a soltar lo anterior.
Sin embargo, si tengo miedo de las cosas que vienen y me agarro a las cosas que hay, si me quedo centrado en las cosas que tengo, porque no me animo a vivir lo que sigue, si creo que no voy a soportar el dolor que significa que esto se vaya, si voy a aferrarme a todo lo anterior..
Entonces no podré conocer, ni disfrutar, ni VIVIR lo que Sigue.
Aprender a soltar es CRECER.
Aprender a soltar, a entrar y salir sin quedar "pegados" a nuestros deseos, el crecimiento, una puerta a la sabiduría, como decía Buda, "aprender a soltar los apegos es el camino a la iluminación."
...Y el principito dijo:
- Bien...Eso es todo.
Vaciló aún un momento, luego se levantó y dio un paso...No gritó. Cayó suavemente, como cae un árbol en la arena. Ni siquiera hizo ruido.
Y ahora, por cierto, han pasado ya seis años...
Me he consolado un poco porque sé que verdaderamente volvió a su planeta, pues al nacer el día no encontré su cuerpo. Desde entonces, por las noches, me gusta oir las estrellas!; son como quinientos millones de cascabeles..."
Antoine de Saint-Exupéry.
El Principito.
El resultado de afrontar el dolor.
Cuesta trabajo poder sooltar aquello que ya no tengo; poder desligarse y empezar a pensar en lo que sigue.
De hecho esto es, para mí, el peor de los desafíos que implica ser un adulto sano,..saber que puedo afrontar la pérdida de cualquier cosa.
Este es el CORAJE, esta es la FORTALEZA de la madurez, saber que puedo afrontar todo lo que me pase, inclusive puedo afrontar la idea de que alguna vez yo mismo NO VOY A ESTAR.
Quizás pueda, por el camino de entender lo transitorio de todos mis vínculos, aceptar también algunas de las cosas que son las más difíciles de aceptar.
Jorge Bucay.
El camino de las lágrimas.
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